lunes, 9 de junio de 2008

Al llegar el fin del mundo

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"Cuando llegue el fin del mundo, yo quiero estar en Cincinnati. Allí todo sucede diez años más tarde (Mark Twain)".

El viajero de negocios ocasional puede constatar que son altos valores morales lo que parece latir en las venas de la ciudad de Cincinnati, que se le presenta al foráneo como vibrante ejemplo de la verdadera América. Igual que Ana Belén saluda La Pasión Turca desde su apacible ciudad castellana, Michael Douglas es el juez de Cincinnati que se enfrenta a las drogas dentro de su familia en Traffic. Para entendernos, los habitantes de esta ciudad son para sus conciudadanos estadounidenses lo mismo que las señoritas de Valladolid para nosotros. Sólo que en blanco, anglosajón y protestante (wasp!).

La ciudad nació como punto de reposo de una expedición fluvial enferma que finales del siglo XVIII exploraba los Territorios del Noroeste cuando EE.UU. sólo eran 4 estados. Recibió su nombre por La Sociedad de los Cincinnati, nombrada así en honor a Lucius Quinctius Cincinnatus, dictador romano que renunció a la más alta dignidad y volvió a su finca antes del término de su mandato. Hecho tan extraordinario, aún en aquellos tiempos, que quedó grabado como ejemplo de virtud del uso del poder sin abuso.

Hay nombres e historias que marcan. Que hubiera un buen número de emigrantes alemanes en esa expedición hizo que la ciudad se dedicase a la cría de cerdos, celebre jocosamente su particular Oktoberfest, denominen a uno de sus barrios Over-the-Rhine y tengan en otro la más típica arquitectura tirolesa. Quizás su modelo romano hizo que la ciudad creciera con la más pura ética calvinista del trabajo y el esfuerzo y la animara a servir como estación en el tren de la fuga de esclavos del Sur.

La ciudad no es grande, apenas 300.000 habitantes en su núcleo y poco de más de 2 millones en el área metropolitana. Tiene un centro minúsculo, copado por sedes de empresas, edificios federales y centros comerciales unidos entre sí por pasos elevados formando el llamado, un tanto pomposamente, Skywalk o paseo del cielo. Frente al río, nuevos estadios de deportes, y cruzándolo, bellos puentes de acero y ladrillo. No faltan los coquetos parques decimonónicos.

Todo respira interés para sobresalir de la mediocridad: tiene orquesta sinfónica y ópera, equipos de fútbol americano, béisbol y baloncesto. Celebra un torneo master de tenis y diversos festivales entre ellos uno magnífico de jazz y una gran exposición floral en un lago cercano. Posee edificios modernistas cuidadosamente restaurados, museos de arte y, hasta muy recientemente, el más antiguo restaurante francés del continente. Promueve sus señas de identidad hasta en la variedad de hamburguesa, con queso y chili. Se nota la influencia del dinero en sus universidades y centros de investigación pues aloja a varias mega corporaciones de las que les sobra el nombre y se conocen por sus iniciales. Y sin embargo, al viajero de negocios ocasional no le puede dejar de parecerle una ciudad provinciana y estos loables esfuerzos, más el resultado del patrocinio de los notables que muestras de dinamismo y vida urbana.

Contribuye a este sentimiento que el perfil humano que observa no parezca ser el sueño americano. Aproximadamente la mitad de la población no es wasp sino de diversos colores y creencias. No parecen disfrutar de los placeres ofrecidos por su ciudad y ni siquiera de su riqueza pues uno de cada cinco vive por debajo del umbral de la pobreza. En lo que ahora parece un final anunciado, la ciudad vió en 2001 violentas luchas raciales en sus calles que necesitó el establecimiento de la ley marcial. Un trozo del ensueño se rompió con la entrada de los fusiles de la Guardia Nacional. Aún hoy, parece que la comunidad no acabara de explicarse el motivo ni ser capaz de cerrar las heridas y volver siquiera a la tranquilidad de antaño.

Y sin embargo, no deja de aparecer en las estadísticas de las ciudades más amables y mejores para vivir. Quizás lo explique el hecho que si bien ningún Cincinnatian admitió conocer la primera cita de Mark Twain, parece que les es más familiar aquella de "Many a small thing has been made large by the right kind of advertising".

Y es que de publicidad, Cincinnati sabe un rato.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi querido Amigo , felicitarte por tu productividad en la actividad escritora, muy interesantes los articulos de Bangalore y Cincinnati , en pocos parrafos sabes extraer la esencia de las dos ciudades resaltando las curiosidades mas evidentes para tus provincianos lectores. este Blog va a ser un clasico en viajes. Procedere a recomendarlo a todo bicho viviente.

Sin embargo, y sin que este comentario sea interpretado como critica, hecho de menos el lenguaje mas onirico de los primeros relatos. el de Rio ya es un clasico.

¡Cuánto me muero si siento por todo! ¡Cuánto siento si así vagabundeo, incorpóreo y humano, con el corazón parado como una playa, y todo el mar de todo, en la noche que vivimos, batiendo alto, zumbón, y se enfría, en mi eterno paseo a la orilla del mar. (Libro del desasosiego. Fragmento 250, La muerte del príncipe, publicado en el número 27 de presença 1930) Fernando Pessoa