domingo, 1 de junio de 2008

El rayo de la esperanza

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No es extraño que el viajero de negocios ocasional tome contacto con la India a través de Bangalore pues en ella se ejemplifica el fenómeno de la deslocalización de industrias del primer al tercer mundo. El idioma inglés americano, siempre pragmático y eficaz, ha incluido un verbo en forma pasiva "to be bangalored" que significa que tu puesto de trabajo ha sido transferido a un centro de bajo coste a miles de kilómetros de distancia. En éste caso se trata de empleos relacionados con las tecnologías de la información y las comunicaciones.

Bangalore tuvo un nacimiento apacible. Su nombre significa "la ciudad de las habas cocidas" pues el dar éste alimento a un rey local en el siglo XIV fue la mayor de sus hazañas hasta que, a principios del siglo XX, instalara la luz eléctrica por primera vez en una ciudad india. Por entonces se le conocía con el sobrenombre de "ciudad de las flores" o por el menos atractivo de "ciudad de los jubilados".

Con Electronic City todo empezó a cambiar. Es un parque tecnológico que en los años 90 reunió los centros de desarrollo de software y otros servicios informáticos de grandes empresas indias del sector. Desarrollados con una arquitectura vanguardista y al estilo de los campus universitarios norteamericanos, combinan las áreas de estudio y trabajo con espacios verdes y todo tipo de facilidades: restaurantes de comida rápida, gimnasios, bibliotecas multimedia, centros de video conferencia, teatros al aire libre, etc. Allí trabajan miles de profesionales, punta de lanza de los más de medio millón de ingenieros informáticos que hoy viven en Bangalore.

El primer atractivo del milagro indio fueron los bajos salarios, cinco veces menores que en Estados Unidos, su primer y principal cliente. Hoy es todavía un factor de peso pero el argumento de ventas se ha desplazado a la disponibilidad de personal altamente cualificado. Una de las principales corporaciones indias indica en su web que reciben más de 1 millón de candidatos y que sólo admite el 1%, siendo 10 veces más selectivos que las mejores universidades occidentales. Parece un razonamiento convincente a la luz del creciente número de empresas foráneas que están invirtiendo en I+D. En 2007, Philips, SAP e Intel han sumado miles de nuevos investigadores a sus centros. La resta, en muchos casos, ha sido en sus países de origen: Holanda, Alemania y EE.UU.

El resto de Bangalore, como la India que representa, parece tener dificultades en seguir la marcha de estos verdaderos elegidos para la gloria en el viaje al siglo XXI. La ciudad es caótica y sufre los contrastes de cualquier otra metrópoli india. El tráfico combina las vacas con los coches. Los pubs eléctricos compiten con los templos de calle, los centros comerciales con las concentraciones de chabolas. Todavía puedes ver lavar juntos limusinas y elefantes. Faltan las más básicas infraestructuras comunitarias: agua, electricidad, transporte, sanidad. Sobra contaminación y burocracia. La autopista a Electronic City, apenas 30 km, lleva en construcción más de 10 años. Se habla de corrupción pero también de remover las disposiciones que prohíben a la empresa constructora el utilizar maquinaria pesada. En la ciudad del futuro, las autopistas se hacen a mano.

Todo esto ha llevado a tensiones sociales y a una crisis de identidad que llega a su propio nombre. Hace poco que aprobaron su cambio por Bengalooru, más fiel a la historia. La medida ha sido muy criticada por las empresas que ven en Bangalore una marca global pero jaleada por los que no se reconocen en este modelo. Y si presente y futuro no terminan de convivir en paz, el pasado no tiene mejor fortuna. Los restos del pasado feudal y colonial parecen estar siempre fuera de lugar, entre admirados por lo que son y rechazados por lo que fueron.

En el camino de vuelta, este viajero observó un anuncio en el que una joven ataviada a la forma tradicional miraba al futuro bajo el lema de "Java, tu rayo de esperanza" (java es el nombre de un popular lenguaje de programación de ordenadores). Anuncio que se me antojó ser síntesis y símbolo del viaje.

El contacto con la India nunca te deja indiferente y no importa que en ella sólo busques inicialmente negocios o turismo. Su siempre presente nota humana, sus diferencias extremas, su colorida religiosidad, sus continuos contrastes, su especiado olor... se quedan pegados al cuerpo y al alma para siempre.

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